lunes, 5 de septiembre de 2011

103.-


Se te muere el padre y dices: -así tenía que ser-. Todo tenía sentido para ello. De alguna manera, tu lo sabes, lo esperabas y también, como hombre realmente circuncidado, lo deseabas.


Y pudiste apreciar el mundo así: los destellos ganaron contorno, la cosa de las carreteras, lo que pasa en el trabajo y conocer las aprehensiones de las mujer con la que te líaste. Porque es una. Parece.


Pero cuando te dicen: le toca a tu madre, la cosa es diferente y lo descubres justo en el momento en que te enteras. Y no puedes, cuesta trabajo reconocer que cuando te enteras, que una inmensa fortaleza te ocupa y eso no puedes permitírtelo. Por eso unos caen en la cosa de irse de madre, pero yo tengo que asumir ese poder y esa distancia ante la humanidad.


Y eso que todavía no se muere.

domingo, 26 de junio de 2011

102

Martha, ese día llegó tarde. La casa oscura le ofendió. –ni una luz de cortesía-, reaccionó. Trastes sucios, la sala convertida en tiradero. Nada de cenar. – Estos no me esperan-. Martha estaba dolorosamente cansada, aunque una lucecita le esperanzaba. -Miguel me trata bien, es atento y serio. Tiene un rostro sereno y firme, no parece pensar porquería- pensó mientras tapaba a sus hijas y despegaba una paleta de dulce abandonada en una almohada.
Al entrar a la recámara, descubrió en la penumbra a Antonio, un marido pasado de peso, que poseía una triste cabeza que podía pensar diez porquerías sucesivas, emocionarse legítimamente del futból y pasarse las tardes viendo videos musicales imbéciles. Martha se sentó en la cama para contemplar dos cosas: el rostro desencajado de su marido y el proceso de su decepción matrimonial. Protegida absolutamente por su discurrir autoprotector, se detuvo a pasear su mirada por ese rostro que alguna vez la perturbó por su sobriedad. Ahora era un cuajo, totalmente suelto. El cansancio impidió que Martha buscara la cámara para sacarle una foto, no para que ella lo recordara, sino para que él viera el deprimente espectáculo doméstico que ella tenía que soportar con ese rostro de boca abierta, que roncaba y que estaba desposeído hoy, sobre todo hoy, de algún punto en donde detenerse a sentir algo agradable. Martha estaba asqueada y para acentuar su sensación acercó su nariz a la boca abierta de Antonio para oler y darle la razón de lo que pensaba. Sí, este hombre ya había pasado el límite del desagrado, ahora conoció la repugnancia. Decidió acostarse en el sillón de la sala. El sueño la sepultó hasta que las voces de las niñas la despertaron. Apenas podía ver y, al estirarse y bostezar ampliamente, descubrió en el otro sillón la Antonio, sentado con su café. Martha percibió que tenía un buen rato contemplándola dormida. Ella le preguntó con la voz ronca: ¿qué? Él respondió: -nada, ¿por?-

jueves, 23 de junio de 2011

101

Me topé, entre ruinas de cimiento de industria que la selva había vuelto a ganar, ante una especie de contenedor de agua puerca; un tapanco la cubría casi al ras de tierra. Observé. No era agua puerca. Algo peculiar sucedía. El tapanco que protegía el líquido estaba cuidadosa y manualmente elaborado para ocultar un caldo viscoso, café.
Ahí, de pie, con el lodo hasta el pecho estaba un hombre viejo desnudo que había sido mi terapeuta, se llamaba Eugenio. Estaba callado, esperando en paz, sin percibirme, algo que sucedió inmediatamente. Se hundió.
Me acerqué al lodo para sacarlo. Metí brazos y rostro para buscarlo en la consistencia irregular del lodo que en el fondo era mucho más espeso. Alcanzaba a ver huesos, algunos petrificados y otros en descomposición, armaduras. El terapeuta ya no estaba, se había disuelto. Saqué osamentas hediondas a orgánico a cocción lenta de cuerpos.
Poco a poco me daba cuenta que estaba frente a procesos misteriosos, libres de explicación. Mis pies se estaban mojando. Descubrí que el océano estaba a un lado y la marea subía. No, en realidad, mansa y lentamente el agua de mar inundaba la pileta de caldo humano para llevarse la solución de los cuerpos. El terapeuta, entonces, se incorporaba, ya disuelto, al mar. Estaba en un lugar en donde ocurrían funciones elementales, ocultas a los demás y yo era un afortunado testigo del retorno del terapeuta al océano de lo inconsciente. Lo sabía. El sueño había presentado una revelación y podía, ahora, estar tranquilo. El poder de lo originario me había otorgado la oportunidad de obtener mi conciencia a través de sus facultades. Un poco de ese líquido ya estaba en mi cráneo y ahora era mi turno de vivir el resto de mi vida con esa agua que me faltaba. Desperté y me ahogué en mi llanto.

domingo, 12 de junio de 2011

100

100.-

Me gustaría lograr contribuir a construir el enlace entre el porvenir del conocimiento y lo que se conoce hoy como tal, es decir el futuro y lo actual. Lo realmente existente y lo que aún no existe pero es inminente. Creo que el enlace aún no está dado porque faltan puentes de reconocimiento por una parte y porque las ciencias, artes e investigaciones aún no han llegado a su tope en donde reconozcan su falla que les va a permitir irse más allá y poder hallarse en la expresión. El puente que les permitirá pasarse al siguiente lado es el del saber del psicoanálisis. Cuando se adopten vehículos de políticas de verdad psicoanalítica los desplazamientos serán más profundos, más riesgosos y con mayores propiedades cognoscitivas.

Lo que está conocido y, por lo tanto, ha generado satisfacción y la seguridad en las personas en sus vivencias comunicativas, vivencias que creen que saben de lo que se está hablando, lo conocido pues, en realidad, forma parte de una fabla, que es una mezcla entre lo que se habla, se fabula y se falla; sin embargo, los que no podemos permitir hallar satisfacción en ello, hemos de admitir que aun no sabemos de lo que hablamos y nos contentamos con eso que podemos decir aunque sólo digamos bemberas.

El punto sería lograr convencer a una comunidad de fablantes, personas convencidas en que su expresar es una mixtura entre falla, fabular y hablar, que lo nuestro es una eventualidad y que debido a la propia y valiosa actividad de esa eventualidad, se llegará a reconocer que el saber del psicoanálisis faltaba para vehiculizar la verdad, no que sea la verdad, y que después que la humanidad, su flanco pensante, asuma el vehículo, entonces se inaugurará el conocimiento por venir, porque ya viaja sobre la aportación del psicoanálisis. Desaparecerán por ello muchos rasgos culturales y estilos de lucidez y belleza porque la belleza está asentada sobre un ocultamiento, sobre un horror. El enlace es, entonces, intervenir la cosa cultural con una crisis que nos ponga en vilo y entender que tras fallar por fallar, hablar por hablar y fabular por fabular siempre ha existido algo que todavía no está dicho del todo pero ya hay un gran avance propiciado por la contribución a la crítica cultural del psicoanálisis que está creando el piso sobre el cual se asentará los ensayos por venir. Los ensayos.

lunes, 6 de junio de 2011

99

Ojalá su madre se suicide. No quiero que sea negocio de nadie, aunque eso es inevitable: Será un próspero negocio, nata de mierda muy metida en compromisos. En serio, ojalá se suicide porque no quiero que recorra el corte, el tajo de sí misma, ni cada uno de los cubículos parentales que ya pulsan su deseo de muerte convertido en fiesta taurina de drama, capote y pitón encajado en muslo con todo y fanfarria, paseo y advertencia de juez. La bestia saldrá a rastras y será destazada para los carnívoros, nosotros los carnívoros. Sería más fácil que esa madre se atendiera sin dolo ni juicio, pero ella es simplemente culta y limpia: sana, porque lo que le hicieron de niña no alcanzó a asesinarle el alma. En realidad la señora es fuerte y resuelta, sobrevivió y su agonía será más para sus hijos que para ella. Hay gente que prefiere y construye equilibrio, la hay y esa madre es de esas. Me equivoco en mi deseo, esa señora no se suicidará

98

Vives con alguien pero ese alguien no vive contigo. Ese alguien vive con un problema: con quien vive no tiene lo suficiente para cargar con el fantasma. Alguien vive contigo pero ese alguien no vive contigo nomás porque no puedes describir su círculo porque tu idea de circularidad cuadra más con la descripción de un fantasma. Caza mata casa y castra mata costra. Vagina vive latiendo y pene babea. Quién es qué y qué es cómo. El pedo es que no hay ficción y la ficción es que no hay pedo y la fila de hijos de puta de la Condesa pagan por verse y por verse venirse. No hay teatro y los que van ahí es que les gusta verse a la entrada para ver a actores actuando que la cosa está de la verga cuando en realidad está de la panocha de Alicia, por eso nadie vive con alguien pero por fortuna se la creen, por eso la cosa de que se cuidan tanto antes de entrar a Teatro. Están muy atentos.

domingo, 5 de junio de 2011

97

97


Precisamente es una calle cercana al centro de la ciudad. No recuerdo su nombre. Las ocho de la mañana del domingo. Huele a algo dañino y que se descompone pero no puede reconocerse su origen. Ha de ser una mezcla de desechos, vómitos, papel y saliva, ah, y grasa. Todas las tiendas cerradas, basura seca, grasa seca en el piso, mugre seca en los edificios de tiempos de la colonia donde vivían los poderosos que querían estar cerca del virrey, ahora fungiendo como negocios de mercancía de mayoreo barata y de mala calidad para los más pobres. Por ahí gente recia de ciudad dedicada al negocio. Unos enfermos otros curtidos por grasa animal, sal y refrescos atestados de azúcar. La noche del sábado cargó con las sordideces de costumbre y ahora no llega ningún ruido más que chiflidos y gritos y un siseo de la cosa de los autos lejanos. Cierto, ningún ruido de radios ni de música del rumbo. Nada. No se escucha nada y no pasa un solo auto. Entonces se puede sentir lo que es real. Esto es lo real sin superficie. Es la profundidad invertida en esta calle, en este punto. Algo no pensable pero presente. Estoy frente a un acontecimiento y soy parte de él porque yo lo estoy viviendo. ¿Esto puede suceder? ¿Para qué puede pasarme esto? ¿Sirven todas las experiencias de la mente para algo o sólo algunas? Estoy en una semblanza y sin pensar siento la profundidad que me da esta calle de láminas hirvientes y tiendas de ropa de bebé en casonas de españoles pudientes. Muchas cosas están muertas aquí para que algo viva y contundentemente se presenten las de ahora en la calle donde mal se respira. Lo real debería apasionarme para vivir como drogado. Lo real no es la apariencia, lo que se ve. Lo real es lo profundo que se siente en la apariencia y sí, la apariencia lo es todo pero un mínimo flanco de lo real que necesita activarse para hacerse pensable. Lo auténtico está ahí después de que lo no auténtico no pudo prevalecer. El sol participó en esto. Me agrada mascar así mentalmente las cosas, aunque mi duda ahora es: ¿tuve que escuchar este silencio para pensar esto? ¿Caí en algo? ¿Se puede pensar así la política? ¿Y los que se llama la Música?

96

Me tengo que recostar en la cama. Piernas plegadas. Manos metidas en los muslos. La cabeza abandonada al cojín. Escucho. Mi mujer tecleando su computadora, el guisado de espinacas en caldillo de jitomate en hervor lento. Una de mis hijas grabando un video de la barbi sirena que le cambia el color del pelo con agua caliente. La otra, no sé. Las escucho porque no puedo hacer otra cosa. Todos los demás aparatos de la casa están apagados: televisor, radios, otras computadoras y reproductores. No quiero escuchar nada más que el ruido doméstico. Unos trastes de cocina son lavados en otro departamento. Espero la sopa mientas mi ansiedad se dispara en su maldita guerra. Las energías de mi parentela se confrontan dentro de mí. Yo no hago nada. Puedo sentir la batalla en mi vientre y el ascenso de su refriega pasa por mi garganta, gira en la parte trasera de mi cráneo, se voluta en los oídos y se detiene a efervescer en mis encías. Estoy echado sobre un tiradero de ganchos de ropa, una bata de baño húmeda, una diadema de plástico con adornos de reina y un cinturón. Me tranquiliza el tiradero. Hierven los aceites ansiosos en mi cuerpo y tengo miedo de nada en medio de esta paz doméstica. Tengo que esperar a que se resuelva la pugna. No puedo interceder. Mi cuerpo es un vehículo para esa clase de violencias ajenas a mis voluntades. Imagino a los millones de ansiosos sirviendo de recipientes para las guerras emocionales, para la producción de verdades, para los desocultamientos del espíritu, para las músicas, para la regeneración de los ocultamientos. No me quejo más de mi ansiedad y sé que se le pueden poner todos los nombres a sus intervenciones. Estoy invadido. Mi cuerpo está también hecho para esas vibraciones. Soy una canción y me resigno. Sé que la ansiedad concluirá y que saldré en la mañanita, en nombre de la especie humana a disfrutar del camino de la casa a la oficina y a detenerme en una banca para gozar de que no tengo prisa de nada.

jueves, 2 de junio de 2011

95

95
Soy una persona a punto de encontrar a Dios. Desde hace días lo siento. No creo que sea la Muerte. Ni algo espantoso. Simplemente va apareciendo en mi cuerpo poco a poco. Me va llenando. Creo que yo me resisto a su serena invasión, lenta y meticulosa. Es un asunto físico porque cada vez que me tiendo en una cama me dejo ir, entonces participo de Algo, me diluyo en procesos de piel, de ojos, de violencias y crisis, de placeres y ensayos, del flujo de uñas y pelo. Y todo queda ahí, sin explicar. Luego eso de La Vida se me presenta como un envío, una ocurrencia de todo lo que la especie, a través de mi línea de existencias, ha vivido. Y entonces, la cosa que es La Vida, con toda La Muerte que la sustenta, La Muerte y Lo Muerto, se emite desde mi cuerpo actual, mi cuerpo ahorita, ahorita siempre. Y eso se siente a Dios, Dios sensación. Dios que es vida que pone a cimbrar la enormidad y la Totalidad Neutra. Sí. Lo Neutro. Suena bien. Y toda esa neutralidad, ese Absoluto, con un corpúsculo de Vida pensante que bien puede preocuparse, a través de terceros, y fundamentalmente, por una camisa que presenta un mínimo detalle de un error de planchado o porque dejas, por imbécil, un pelo en el jabón o emputarte porque alguien puede sostener su vida con un discurso que pone el ano por jeta.

domingo, 29 de mayo de 2011

94

Pues yo soñé que estaba en una casa en donde habitaba mucha gente, conocida y desconocida, aunque había un orden a pesar de los tumultos y el aparente caos de voces. Yo vivía ahí; sin embargo, tenía una sensación de que mi partida estaba próxima. De repente me topo con un bulto humano en el suelo. Es un joven de treinta años que no tiene piernas ni brazos. Por un acto de piedad lo saco a pasear sobre mi espalda a modo de caballito. El joven está maravillado por lo que ve en el exterior. Sus ojos están hechizados por la luz y todo lo que encuentra en la calle. Pero yo estuve en terapia, el lugar donde se interpretan los sueños. Ahora sé algo que no puedo bien asumir aunque creo entenderlo: ese hombre sin extremidades, incapaz de moverse por sí mismo y sorprendido por lo que es el mundo, soy yo. También el que lo carga. Esa cosa humana es mi alma. No ha caminado, no ha trabajado ni se ha enfrentado y, aunque tenga ojos, no había visto nada del mundo todavía.

92

Mi hermana sueña con mi padre, muerto ya. Él viene a casa, grande, con el pelo largo y cansado. Mi hermana lo baña cuidadosamente con una esponja suave y agua tibia. Al enjuagar su rostro se acerca a sus ojos y toca con su nariz, la nariz de mi padre y le dice: Te pareces demasiado a mi hermano, -cosa que no es cierto aunque su sueño le digaa otra cosa-. Al despegarse las narices el parecido extraordinario desaparece. Yo robo su sueño y lo pongo aquí para establecer un contraste, una línea ruidosa o un río imaginario y definitivo entre todos aquellos que no han perdido a su padre y entre quienes hemos pasado ya al otro amplio y oscuro mundo de los que lo hemos perdido. Aunque nadie tiene una ventaja.

viernes, 27 de mayo de 2011

93



92
Me hubiera gustado que estuvieras ahí para que la vieras. Un rostro agotado con labios gruesos y demasiado húmedos, entreabiertos con dientes sucios. Mormada. El lugar de la fiesta muy estrecho me permitía verla de cerca. Los ojos vidriosos. Una mujer extenuada de aliento de malestar estomacal. Platicó todo el tiempo de sus hijos estudiosos y listos. Ella sudaba mucho como un drogadicto. Me enseñó fotos de los viajes. Sonreía con dificultad y yo quería meterle con el dedo la saliva excesiva que andaba en uno de los bordes de sus enormes labios, de seguro estaba fría, como sus ojos acuosos que echaban de vez en cuando miradas al marido, sentado al otro extremo de la mesa, pregonando su sanidad moral. Yo creo que estaba harta de él. Y es que trabajan juntos en algo que nunca supe. Todo el día están juntos, seis días a la semana y este de descanso en una comida. Y sí, el marido habla mucho, muy seguro, de humildad fingida, gente que sabe y se aposentó en un punto, tal vez el señalado por la madre que ahí andaba con sus dedos muy trabajados. La mujer de los dientes sucios dijo que el año entrante se iba a una excursión. Se iba a ir sola, a una reunión de bohemios. Ya le había dicho al marido que la acompañara pero no quería, entonces sola, ahora sí. Te hubiera gustado esa decisión, parecía una venganza o una acción de identidad. La señora se iba a ir y se iba a dar a respetar -como ella lo dijo-. Yo creo que gozaba más de la separación del marido y del trabajo con él, que el viaje mismo. Lo veía en sus ojos turbios y sucios del calor polvoso de su trabajo. Sí, trabajaban ahí en su casa, no sé con qué sustancias. La pequeña ventila cubierta con una malla dejaba ver un gran cochambre graso que salía de ese cuarto de labores perpetuas. La grasa negra salía del taller en una explosión lenta y continua. Era la suma de los años y los días trasminando a otras partes de la casa. Me encantó asociar la boca sucia de la mujer con esa ventila cochambrosa y la voluntad de la mujer por largarse con el aire de suficiencia del marido que hablaba del lujo de ser pobre. Pero no, no estuviste desde entonces.

91

Odio a mi mujer. Esa manera de hablar y de vestirse. Sus brazos cortos, la jeta de malhumor cuando no se le cumple. Su pelo pintado de güero. Odio cuando habla de política y cree que es como el fútbol. Mi mujer es corrupta. Lo sé. Todos en su trabajo lo saben. Pero lo que más aborrezco son los pelillos de su nariz y su perfume denso, de anciana adinerada ¿Porqué no se corta los pelos licenciada? Han de querer decir sus empleados. Me purga la forma de llevarse con sus amigos abogados. Sé que la quiero. Le debo mucho. Me cuida. Cuida de mis hijos y eso sí es una buena madre la consejera. Es Presidenta Consejera de la Gran Comisión de Magistrados. Muy inteligente, muy odiosa. Me quiere y mucho y yo también pero no sé qué hacer con este odio, es como un asco de algo pero no lo puedo definir porque no sé de qué me da asco. Yo también le doy asco. Me pide continuamente que me eche loción, que me enjuague la boca, que sea más cortés y más generoso. La Presidenta me trata como empleado. A veces. En casa, cuando no está pegada a su celular, suele ser normal pero cuando habla tiene ese tonito de tener el poder y sobre todo y más allá, la razón. Nuestro hijo adolescente comienza a despreciarla. Puedo verlo y lo disfruto, de hecho he nutrido ese vínculo y a veces la despreciamos juntos. Y mi hijo no se parece a mí. A ninguno de los dos. Ella es muy exigente con ellos. Los obliga a tomar clases aparte de la escuela. Me siento mejor decir esto padre, me siento mejor y deme la penitencia que sea porque siempre será más agradable que la penitencia que cargo con ella. Me gustaría decir eso. Me gustaría poder decir eso al Padre, !ah¡ y sobre todo que no fume y no por su salud.

miércoles, 25 de mayo de 2011

90

Puta madre, estaba sentado en la cama. Muy asustado, no sé qué estaba soñando. Mal desperté dominado por un terror apenas aguantable. Todo estaba en orden, es decir, como lo dejamos anoche y cada objeto fuera de su lugar me consolaba como si eso definiera que esto era lo real, por esos objetos fuera de su lugar. Miré el vaso de vodka grasoso de dedos, el bulto de formas femeninas, las cortinas como si alguien las hubiera manoteado. El corazón demasiado rápido, la sensación de liquidez de mis piernas y una especie de certeza en mi cabeza pulsando su razón de ser y yo tratando de encontrar mis lentes de contacto. Me cargué la cabeza y dejé caer una baba larga y elástica hasta la alfombra para tranquilizarme más aún y despejar esa certeza de mi cabeza que parecía el umbral hacia el terror. Me pegué un trancazo con mi puño en la frente y reconocí mi espanto: tuve un error de cálculo. Todo se me cayó pero atrapé el punto del error. Ahí estaba. Aunque se derrumbaba toda mi teoría a partir de ese error, una teoría de años, me reconfortó nombrar mi sensación. Pensé inadecuadamente. Eso es, pensé inadecuadamente….

89


Cuadricular con pluma de tinta china negra página blanca. Así se percibe el trazado manual. Con la misma tinta hacer una silueta humana de frente, con las manos abiertas. De las manos de la silueta masculina brotarán líneas que vayan yendo de acá para allá. El tránsito lineal, desesperado, rápido y nervioso, irá creando, dentro de la figura, unas formas que parezcan órganos corporales; sin embargo, por la ubicación y la imagen, no serán órganos corporales sino otro tipo de órganos. Debo tener cuidado en que la persistencia lineal no haga perder el contorno humano aunque sí lo ponga en riesgo de identificación. Las líneas curvadas crearán su recurrencia en contraste al cuadriculado y los órganos imposibles serán como situaciones nervosas que en algunas partes confundirán al espectador y en otras lo tranquilizarán por representar partes de rostro, genitales y redundancias en el pecho. La cuadrícula aborda todo, es continua. El gesto corporal de la figura querrá favorecer una sensación de dejarse hacer, de abandonarse a unas fuerzas que no están en la figura sino que vienen a definirla en una atmósfera de orden ajeno frente al orden común que tiene que, para organizar, cuadricular el espacio.

martes, 24 de mayo de 2011

88

88
No creo que haya sido el yoga. En realidad apenas hago dos tres ejercicios y eso no se puede llamar yoga. Fue otra cosa. Adopté respirar y estirarme en cada amanecer. Y fue hasta ahora, después de dos años de eso, y después de cuarenta y tantos de mi vida, que descubrí algo fundamental. Al respirar en una flexión, cuando tocaba el suelo con mis manos, de pie y las piernas rectas, endurecí todo mi cuerpo, y así, lentamente, subí los brazos, duro y exhalé. Arqueé mi cuerpo, y en una respiración profunda, aún tenso, sentí un bienestar peculiar. Hice una posición recta y me percaté del eje de mi cuerpo, un encorvamiento. Me endurecí y puse en línea mi columna con mi cráneo y a su vez con mi cadera que pidió un soporte de piernas un tanto diferente. Más bien era muy diferente. En la posición normal la presión en mi cuello produce una sensación a la que estaba acostumbrado desde siempre, es casi un carácter. La nueva posición hace que esa mínima tensión desaparezca. Tal vez me cueste trabajo pero ensayaré una forma diferente de estar erguido o sentado o acostado o caminando, consciente de mi arco óseo que va de la punta de la cabeza hasta el final de la columna y consciente de ese matiz lineal en la posición. Descubrí que simplemente estaba en este mundo mal parado.

jueves, 21 de abril de 2011

87

Tenía una imagen maravillosa. Reunía drama, miseria, hundimiento espiritual, terror infantil, brutalidad, alcohol, todo en colores grises. Muy poco sol. También una potencia bíblica. Ya era un recuerdo, lo escuché por ahí. Incluso tenía un tufo de muerte, de conmoción y de culpa inacabable. El momento cristalizó en más de una cabeza y tiene que ver con un padre sin cordura e infantes con el cerebro licuado de terror. No puedo decir más. Son cosas que yo no viví. ¿Puedo utilizarlas para una marranada narrativa? No lo haré y no tiene que ver con las mierdeces de la moral. Tiene que ver con una disciplina: la tasa de lo que es real. No puede ser usado, es una roca inamovible que se ha dado: visible, única e irrepetible, mucho menos para asuntos que tienen que ver con la lectura y la escritura. Al escucharla a través de personas que no tienen nada que ver con esto de la creación, entendí el canon de la propiedad absoluta, la posesión de la experiencia real. Ese día entendí eso de lo real. Nada de lo virtual o del inmenso reino de lo artificial, cosas neutras al fin, lo podrá entender. Es la realidad y es totalmente suficiente, ya lo veo todos los días y es el diapasón que resuena en la cabeza de Isaac.

86

Me da vergüenza acomodar mis carritos, mis botellitas. Tengo que hacerlo como si las cosas estuvieran bien entre nosotros. Yo sé que me ves colocando más estantes para mis botellitas de borracho como tú les dices y más vitrinas para mis carritos. Taladro los putos muros y añado más tablitas para que la colección se vea impresionante. Quiero llegar a las mil quinientas botellitas de licores de todo el mundo. Es algo que soy yo, mis botellitas y mis carritos. Las has de ver, te han de caer gordas, has de decir ¿por qué éste buey hace eso en mi casa? ¿Por qué este buey no me alcanza, ya no me da, ya no me llega? ¿Y sigue poniendo sus putas botellitas de todo el mundo para que las siga viendo para cuando ya no esté aquí. Las voy a tirar todas, pinche briago de mierda, como si las botellitas fueran algo entre nosotros, como si creyera que me gustan, que me dan algo, que me tienen contenta, que me tocan, que me sacan de esta desesperación en la que me tiene. Maldito Mauricio, date cuenta que ya no, que te pasaste, que no se puede regresar, que es hora de que te vayas, aunque no quiera -eso has de decir-. Pinche Mau, qué voy a hacer con tanta mamada de botellita. Ni modo que alguna de las niñas las quiera guardar -eso has de decir-.

miércoles, 2 de marzo de 2011

85

La ropa recién planchada está en la silla grande. Hay que verla un buen rato. Esta imagen tranquiliza y ordena. Acabo de hacer una composición. Ahí quiero enseñar mi desorden que duele. En algún momento me asusté. La composición estaba demasiada desorganizada, demasiado tensa e intencionadamente despedazada. Quise mostrar la desesperación que implica estar en donde se tiene que estar: la luz artificial, los límites de las paredes, la tarea de los niños, la solidez desmedida e inexplicable del techo. Mi cabeza está rígida como si fuera ella la responsable de tensar las relaciones de esta casa. Pero no, mejor no. Por eso busqué una imagen de tranquilidad. La ropa recién planchada, cuidadosamente doblada y apilada por colores y tamaños sobre la silla grande. Mi mujer vio una parte de una película angustiante y eso me puso nervioso de más. Un matemático, la implacable álgebra familiar, la residual vida sexual y al final una enfermedad que parecía la solución de una fórmula matemática, es decir, igual a cero.
Entre esa película, la composición, la percepción de las tensiones arquitectónicas de la casa, la tardenoche densa, me ataranté. Recargué mi cabeza a escondidas de mi esposa sobre la olorosa y tibia ropa planchada a dejarme un momento así para mi solaz.

84

La verdad no me había dado cuenta. La casa se me apareció en todo su descuido, justo cuando me decidí a cambiar el filo de la ventana que se caía de oxidado. Mi mujer, gorda, solo me decía, -Sergio, la ventana se va a caer, no la abras tan de golpe-. Entonces descubrí el grado de deterioro en el que habíamos caído. El tarro de miel engrosado de dulce duro se dibujó perfectamente y vi, por primera vez, que la tele era la luz que más se usaba en la casa. Los procesos estaban echados, muy avanzados, suciedad de manos en los apagadores y sarro dominando el borde de los excusados. Miriam, por fortuna, no dijo más, para ella la normalidad era una buena protección de todo el desastre que finalmente pondría en equilibrio nuestras cosas. Pero no, el destello no me haría cambiar, eso era de los que se hacían de una redención en la vida y yo no iba a sacar las toneladas de papeles de mi cuarto. No, las energías de esta casa tienen su razón de ser. Por lo mucho voy a hacer algo que tengo ganas de hacer desde hace tiempo: masticar mejor para que mi estómago trabaje menos y que Miriam siga como está. Ya es demasiado tarde para ella y no quiero en la casa dietas y acomodo de fuerzas en las habitaciones.

miércoles, 16 de febrero de 2011

83

Como un jugador que espera incorporarse a una velocidad de grupo, adopto una postura propicia. Imito a un atleta aunque no sea más que un espectador que simula arrojarse a la avanzada competencia para acercarme más al elemento de mis observaciones, todo para conseguir un detalle de la velocidad que me es ajena.

82

La señora en el camión, bien vestida, pestañas firmes y tupidas que nada tendrán que ver con sus ocultas vellosidades, buen perfume: equilibrado, no molesta, no pesa pero envuelve y evoca algo sí como conocimiento de su presencia. La señora cuenta a otra que no logro ver, creo, que un sueño: “Estoy viendo de cerca una aguja de tocadiscos como si fuera niña y puedo ver como la aguja corre dentro del surco del disco. No quiero ver eso, me desespera, estoy viendo demasiado de cerca. Las cosas son muy grandes y el raspado me molesta, son crujidos que no son música. Estoy ahí y no puedo irme. Entonces veo a un señor que escucha la canción con gratitud. Siento que él no sabe lo que tiene que suceder para que alguien disfrute de las canciones mientras yo oigo el raspado”. El perfume es lo que yo tengo que soportar: demasiado agradable, no huele a mujer. Sé a lo que huele una mujer y ella no sabe lo que tengo que pasar para que ella se crea lo que es.

81

Nadie vive una vida equivocada. Observo con atención y estupor que la gente hace lo que tiene que hacer. Todo en ellos es macizo: cada uno de sus actos, cada uno de sus objetos, cada uno de sus conocimientos. Nadie duda de sí, nadie tiene alguna clase de titubeo importante, salvo los de su anclaje. Se es y ya. Yo ando por entre estas variedades de la verdad con la sensación de que no hago lo que quiero porque no sé que es lo que quiero. De querer, querer, no de querer porque uno tiene que querer, como eso del deseo, el ser reconocido o de andar imaginando muertes, no eso no. Querer, querer. Esa mi molestia es continua, recurrente, aunque con ella como que puedo ver mejor. La duda me permite observar mejor, me pone a testificar. Soy un testigo. Mi incomodidad es saber que tengo testimonios de lo que es verdad, visible y patente, aunque no sé que pueda hacer con los testimonios, será cosa de la especie, no sé, algo debe andar acumulando a mi través. Esa inquietud me inmoviliza, testifico demasiado. Me detengo en una esquina del centro y ahí estoy testificando todos los rostros y vestuarios y formas de defenderse de la desaparición y la irrelevancia. Aunque no se me quita eso de estar viviendo una vida equivocada porque testifico mucho y no sé que hacer con eso. Envidio a los demás que tienen la certeza de hallarse por el camino correcto.

viernes, 28 de enero de 2011

80

Si amiga, ya entendí lo del POP, de veras, porque el chucho, ya ves, si no oyes lo que le gusta eres pendejo y ya tengo cómo decirle lo del POP. Mira manta: POP es como una pequeña explosión como de las burbujas de jabón. No, no mames, no te burles culera. Mira, es como, -hazme caso hija de la chingada y pídete otra-, es como cuando algo revienta suavemente POP, POP y revienta apenitas, suavemente: Dura un instante y pop, se muere, es un instante. POP. POP. No tiene raíz, no quiere ser más que un momento, le vale madre durar lo que dure, es como pura puta superficie. Es un momento vale verga, POP, vale madre, POP, bien padre, POP. POP. Hazme caso comadre. POP y muerte, pop y ya. POP y no más. Pop una o POP apenitas, POP. Oh tía escúchame es que ya estoy bien pendeja briaga. POP. Estoy bien POP. ¿A poco no? El POP sí sabe que uno se muere. POP. baila, POP, baila. POP baila. POP y ya. Me voy a chingar al chuch, tía, me lo voy a chingar...

miércoles, 19 de enero de 2011

79


Y puede ser la imagen de cualquier día. Un hombre se deja desesperar por su hija que está empecinada en hacerlo rabiar. El hombre deja con cuidado el plato que está lavando, toma a su hija, la gira y le aplica tres duras nalgadas. La niña se asusta del padre que la golpea y obedece la orden: irse a la recámara. Poco después sale y abraza al padre. La madre observa. El hombre ya tiene una roca en el vientre. Culpa y arrepentimiento. Imagina que varios hombres le propinan a él una golpiza como castigo. Al ir a la escuela la niña le toma ambas manos amorosamente. Parece que el padre le dio un alivio y él se ganó un peso amargo el resto del día. Y el rostro asustado de su hija permanece en su memoria. Podría ser lo de cualquier día.

Pero no, no lo es. El hombre se encarga de ello y resuelve: La familia tiene que percutir y ella existe realmente fuera de las imágenes virtuales. Ese centro, el hogar, es donde las mentes se dirimen, se definen las fronteras territoriales, se reeditan fantasmas que luego se legitimarán como frustraciones, promesas no suscritas y contratos vitalicios y hasta castraciones consentidas. Las personas adoptarán pieles ajenas y deseos de insatisfacción permanente que irán más allá de cualquier placer. Incluso se conformará el carácter y las perversiones, los delitos sin castigo, se pergeñarán enfermedades de superficie que terminarán en suicidio asistido.
No, no es cualquier día, acá en este otro hogar, es el día del refrendo en donde hay peculiaridades y singularidades, vértigo y apariciones en el propio cuerpo; el día que hay que recordar como el día donde se depositaron los mojones y se concluyó un tramo más del enredo de su hija con su padre y con su madre que observaba; sin saber la mujer que estaba presenciando un nuevo despliegue de las inteligencias en contextos muy reducidos que se reconocían, por fin, en revelaciones de una creatividad nativa de la justicia.

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Quiere empezar la obra cuando algunos de la familia quitan el árbol de navidad pero no quiere diálogos sino toda una escena en donde las caras son las que describen diversas emociones. Por ejemplo: la mujer de la casa que retira por enésima vez, y con los cuidados de siempre, las esferas, las luces, moños y adornos, de repente pierde la mirada, ve esferas viejas, de las de vidrio y las soba, se le cae una de las modernas que rebotan en el suelo, todos ríen. Los jóvenes con rostro de fastidio y uno de ellos deprimido. Una mujer de unos cuarenta años observa a todos cuidadosamente con la intención de guardarse el momento en el que intuye que su hijo está triste porque se acaba el nicho de confort y calor que se dio en esa pequeña sala, pero le gustaría decirle que mejor recuerde ese día con afecto ya que no se repetirá a pesar de la voluntad de todos de que todo se repita, con el mismo árbol y los mismos adornos de hace diez años. Claro que se le dificulta prolongar la escena pues las actitudes corporales no resisten que no se hable. Tal vez si le pone un monólogo de apoyo como el de la abuela que está ordenando todos los pasos que se tienen que dar para guardar lo de navidad, los envoltorios, los pegotes, los cuidados para las figuras frágiles, las tácticas para que no se enreden las series de luces. De remate la abuela dirá: el año que entra, con los foquitos nuevos llegaremos a mil, mil luces ¿te imaginas?....

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Quiero un crucifijo. Soy ateo y voy a colgarme un crucifijo. Uno de metal. Mi crucifijo que nada tendría que ver con la religión. Y cuando me lo vean les diré que esto espero de los otros y que los otros se esperen esto de mi, pero no ser crucificado sino crucificar. Me gusta la imagen. Creo que esto es el único símbolo porque esto es lo que va a quedar, un pellejo colgante de una tipo desnudo contra el que se ha hecho lo más inmediato: punzarlo, picarlo, clavarlo y usarlo. Eso hay que esperar de los demás y por eso lo voy a traer a modo de advertencia, pero no para los demás sino para que cada vez que tenga alguien enfrente yo recuerde que eso será lo que puedo esperar. Sí, un crucifijo advertencia.

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Pueden ser estas imágenes; traigo varias como me encargaste. Esto: Mientras envuelve en papel aluminio la torta de la niña una lágrima se revienta, se ven manos de mujer cincuentona, de esas que han lavado mucho pero traen uñas muy arregladas ligeramente largas; una señora de sesenta años suerbe la nariz en una cena de mediana formalidad y apenas acerca la servilleta a la fosa nasal y la toca, descubre que hay sangre aguada y no se altera, sigue comiendo con cara de muchos amigos; hay que poner en la escena de la misma cena al tipo de blanco haciendo varias caras, está muy rígido, algo así como si lo sacaran de un ensimismamiento o que estuviera recordando algo molesto e imaginara venganzas o que estuviera aburrido tratando de conservar la formalidad con movimientos del cuello para acomodarse la camisa. Y ésta en la secuencia de la farmacia, hay que darle viveza, un radio que le bajan el volumen, la ropa un tanto usada, se ve impecable, unas plumitas en la bolsa de la camisa, mugrita creíble, más cajas de medicinas, y adornos y pegotes como de los que hay en cualquier farmacia. Yo creo que con esto ¿no?, pus para el programa que es…


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Quítale esto, como que no va, te lo dicto: -“De alguien que pierde el peso del mundo, la cohesión entre los objetos, su pertinencia, el modo de estar en lo que es el presente. Pierde la seguridad en el lenguaje, descubre que la mirada humana se extravió inevitable e irreversiblemente desde hace mucho. Todo empezó, en un desayuno, en una disquisición sobre el paso del cero al uno. No encontró sustancia y la sucesión le pareció incoherente. Argumentó el error, los números no siguen del uno al otro, nada los une, es una convención fantasma. Por eso no terminan porque la sucesión 1, 2 ,3 4, es una idea errónea y en realidad no existe la suma, es sólo un modo de ver y sentir las cosas, nada vuelve a empezar por ejemplo el paso del 9 al 10, al 11; es imposible hacer un circuito falso y creer que cuentas. No, los números no siguen”- … Hasta ahí le borras, a la gente no le va a gustar y la va a hacer bolas, no tiene caso. Ah y también eso de su afición a la televisión y eso de que anda mal con su mujer. No les gustó allá.

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Quiero dibujar mejor pero creo que ya no es cosa de la técnica sino de mí, creo que tengo problemas. Como que quiero abrirme, tener seguridad, creer que tengo una misión o un don de genialidad. Yo he visto que la gente que cree que está llamada a algo, le va mejor con lo que hace, le sale mejor y hasta tienen éxito. Creen que de veras aportarán algo al mundo y que tiene sentido y el mundo les agradecerá que pongan orden a la nada. Ese es mi problema. Creo que si me pongo soberbio, culero, medio ojete y creído me saldrán mejor mis dibujos, les falta carácter, fantasía. Me quedé en mi teoría de que sólo es posible lo que es posible. Y de lo absoluto que manda lo real. O ¿alguien ha hecho algo más que lo posible? Necesito ver más, emputecerme, pelearme con alguien, competir, querer reconocimiento, andar en el equívoco. Creo que así, si me la creo, dibujaré mejor. Eso es lo que me cuesta trabajo, creer que algo tenga sentido y creer que a pesar de que todo desaparecerá, algo quedará de lo que hago. Puta madre, cómo se le hace. Recuerdo a una pendeja, sus caminados de hembra empoderada. Ella sabe algo que no sé, esta convencida, tiene poder. Si viera su soberbia y la cara hechizada por su creencia de que tan sólo su caminado es un trazo irrepetible, un dibujo en lo real que no desaparecerá, como si dominara y supiera de lo abstracto, de las figuras que permanecen en la idea del mundo. O a un cabrón obeso que conozco que tiene la idea que sabe algo después de toda su erudición y que puede llegar a cualquier lugar con la seguridad imperturbable de que hace algo, de que es algo en este mierdero mundo. Yo creo que puedo dibujar mejor.

jueves, 13 de enero de 2011

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Ahorita ando mascando una escena. La verdad ya me emperré con una imagen y quiero ahora conseguir una historia, de celos, en la cual la mujer enferma al marido. La mujer no deseaba eso pero no pudo evitarlo. Así pasa. Entonces después de enterarse el marido sucede lo previsible y tiempo después se perdonan. Las cartas de la mujer para despedirse del marido quedaron bien escondidas y el miedo impidió que la mujer se hiciera con el tipo ese. Una historia de entretenimiento para que se contemple la siempre fecunda sequedad ajena; pero la imagen que quiero conservar es la del tipo que por encontrar orines en un mingitorio se enfurece y opera el desagüe con asco y violencia. Le recuerda la cavidad de su mujer bañada de licor seminal extraño.

miércoles, 12 de enero de 2011

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Pones la cabeza contra el muro. La frialdad y certeza de la piedra alzada te da confianza de que algo macizo se opone a la carga insistente de tu cuerpo; entonces suavizas el contacto, enderezas la vertical del cuerpo para que apenas la cabeza sienta la verdad de esta piedra que recibió el sol todo el día. Es la felicidad, es la constatación de un descanso y una certificación de que hay límites, de que no todo es mental y de que esta fabulosa simplicidad de poner la frente sobre un muro de piedra puede otorgar alivios difíciles de describir. La flojera me dará cuando tenga que explicarle a mi marido qué me pasó cuando me vea la cara.

martes, 11 de enero de 2011

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Quiere empezar la obra en la escena cuando algunos de la familia quitan el árbol de navidad. No quiere diálogos sino toda un desarrollo teatral en donde las caras son las que describen diversas emociones. Por ejemplo: la mujer de la casa que retira por enésima vez, y con los cuidados de siempre, las esferas, las luces, moños y adornos, de repente pierde la mirada, ve esferas viejas, de las de vidrio y las soba, se le cae una de las modernas que rebotan en el suelo, todos ríen. Los jóvenes con rostro de fastidio y uno de ellos deprimido. Una mujer de unos cuarenta años observa a todos cuidadosamente con la intención de guardarse el momento en el que intuye que su hijo está triste porque se acaba el nicho de confort y calor que se dio en esa pequeña sala, pero le gustaría decirle que mejor recuerde ese día con afecto ya que no se repetirá a pesar de la voluntad de todos de que todo se repita, con el mismo árbol, los mismos adornos, las mismas personas de hace diez años. Claro que al tipo este se le dificulta prolongar la escena pues las actitudes corporales no resisten que no se hable. Tal vez si le pone un monólogo de apoyo como el de la abuela que está ordenando todos los pasos que se tienen que dar para guardar lo de navidad, los envoltorios, los pegotes, los cuidados para las figuras frágiles, las tácticas para que no se enreden las series de luces. De remate la abuela dirá: el año que entra, con los foquitos nuevos llegaremos a mil, mil luces ¿te imaginas?....

lunes, 10 de enero de 2011

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Esto no puede ser una trivialidad o un evento circunstanciado. Algo está presente. Lo tengo como una sensación mental tan molesta que parece dolor. Es de una dureza y oscuridad muy resistente al entendimiento. Tal vez así sea y no esté en su cualidad ser sentido con claridad, con fluidez o transparencia, ni siquiera ser objeto de mención o de enunciación. Es una dureza como si pudiera sentir la piedra sobre la cual se asienta todo lo que se pueda presentar ante la mirada, objetos de vivencia como la estufa, el calentador, la televisión, las computadoras, contrastados por un enigma enorme del que sólo se percibe su pesadez, su inmensa pesadez.
Aquí mis hijas y mi mujer están en buena relación con los objetos que están siendo utilizados, no pensados o cuestionados, o como instancias de asombro o perplejidad continuada: tarea escolar, ocho de la noche de un domingo, tiradero de estancia en la casa de los espejos, refrigerador. No como un malestar como el mío, porque esta sensación de la dureza del todo, de su manifestación, de su potencia, de su sentido oculto, de sus misterios, es una agresión puntual, una consistencia intolerable que subyace en esto lo visible, lo viable, lo posible, lo que se tiene que agotar con quehaceres domésticos, con las energías conflictivas de lo habitual.
Espero que eso, la molestia, vuelva a su lugar, a su indiferencia, a su imperceptibilidad. Por favor. Siempre es peor esta dolencia cuando cerramos el domingo con caricaturas.

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Sacaron los juegos de mesa. Los estrategas del dominó, asentaron el largo de sus espaldas. La fiesta de navidad se fue hacia la mesa. Y comenzó la cátedra de emplazamientos, de fintas, conteos, engaños, sesgos y sopas: al fin que había tiempo. Un par de esposos, hermanos y hermanas, cuñados y hasta un primo. Y una suegra ¿Qué quienes fueron los ganones? Las mujeres, aunque los hombres ganaron por puntos. Pobrecitos, la mujer de uno oreando la demanda de cojones del marido; una hermana pespunteando su soledad y su mala suerte con los pendejos de los hombres; otra pareja sacando a relucir el cansancio común surcido con besitos para ser vistos por los demás. Otra mujer saboreando la victoria del regreso a casa del marido que sólo tomó aire para enfermarse indefinidamente. La suegra feliz de que se cenara a la hora fijada y saciada de estar administrando alcohol, afectos y necesidad de dinero para el otro año. Caras y cartas; fichas y ajuste de tuercas a la enorme estructura parental: una fiesta de estrategias de muerte, de deseos cumplidos, de triunfos largamente trabajados y de castraciones permanentes, hijos fieles a la madre: las mujeres perdieron en el dominó y ganaron en la superficie política de la familia. Vagina mató penes. Buena fiesta. Se concluyó con coitos de poder. La mujer triunfó. El discurso de los machos arrasó y la palabra de las mujeres se impuso. Se demostró quien mandaba: el gran desplazamiento de la falocracia al falocentrismo. Cosas de los agujeros invertidos.