miércoles, 12 de enero de 2011

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Pones la cabeza contra el muro. La frialdad y certeza de la piedra alzada te da confianza de que algo macizo se opone a la carga insistente de tu cuerpo; entonces suavizas el contacto, enderezas la vertical del cuerpo para que apenas la cabeza sienta la verdad de esta piedra que recibió el sol todo el día. Es la felicidad, es la constatación de un descanso y una certificación de que hay límites, de que no todo es mental y de que esta fabulosa simplicidad de poner la frente sobre un muro de piedra puede otorgar alivios difíciles de describir. La flojera me dará cuando tenga que explicarle a mi marido qué me pasó cuando me vea la cara.

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