Esto no puede ser una trivialidad o un evento circunstanciado. Algo está presente. Lo tengo como una sensación mental tan molesta que parece dolor. Es de una dureza y oscuridad muy resistente al entendimiento. Tal vez así sea y no esté en su cualidad ser sentido con claridad, con fluidez o transparencia, ni siquiera ser objeto de mención o de enunciación. Es una dureza como si pudiera sentir la piedra sobre la cual se asienta todo lo que se pueda presentar ante la mirada, objetos de vivencia como la estufa, el calentador, la televisión, las computadoras, contrastados por un enigma enorme del que sólo se percibe su pesadez, su inmensa pesadez.
Aquí mis hijas y mi mujer están en buena relación con los objetos que están siendo utilizados, no pensados o cuestionados, o como instancias de asombro o perplejidad continuada: tarea escolar, ocho de la noche de un domingo, tiradero de estancia en la casa de los espejos, refrigerador. No como un malestar como el mío, porque esta sensación de la dureza del todo, de su manifestación, de su potencia, de su sentido oculto, de sus misterios, es una agresión puntual, una consistencia intolerable que subyace en esto lo visible, lo viable, lo posible, lo que se tiene que agotar con quehaceres domésticos, con las energías conflictivas de lo habitual.
Espero que eso, la molestia, vuelva a su lugar, a su indiferencia, a su imperceptibilidad. Por favor. Siempre es peor esta dolencia cuando cerramos el domingo con caricaturas.
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