Quiere empezar la obra en la escena cuando algunos de la familia quitan el árbol de navidad. No quiere diálogos sino toda un desarrollo teatral en donde las caras son las que describen diversas emociones. Por ejemplo: la mujer de la casa que retira por enésima vez, y con los cuidados de siempre, las esferas, las luces, moños y adornos, de repente pierde la mirada, ve esferas viejas, de las de vidrio y las soba, se le cae una de las modernas que rebotan en el suelo, todos ríen. Los jóvenes con rostro de fastidio y uno de ellos deprimido. Una mujer de unos cuarenta años observa a todos cuidadosamente con la intención de guardarse el momento en el que intuye que su hijo está triste porque se acaba el nicho de confort y calor que se dio en esa pequeña sala, pero le gustaría decirle que mejor recuerde ese día con afecto ya que no se repetirá a pesar de la voluntad de todos de que todo se repita, con el mismo árbol, los mismos adornos, las mismas personas de hace diez años. Claro que al tipo este se le dificulta prolongar la escena pues las actitudes corporales no resisten que no se hable. Tal vez si le pone un monólogo de apoyo como el de la abuela que está ordenando todos los pasos que se tienen que dar para guardar lo de navidad, los envoltorios, los pegotes, los cuidados para las figuras frágiles, las tácticas para que no se enreden las series de luces. De remate la abuela dirá: el año que entra, con los foquitos nuevos llegaremos a mil, mil luces ¿te imaginas?....
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