Tenía una imagen maravillosa. Reunía drama, miseria, hundimiento espiritual, terror infantil, brutalidad, alcohol, todo en colores grises. Muy poco sol. También una potencia bíblica. Ya era un recuerdo, lo escuché por ahí. Incluso tenía un tufo de muerte, de conmoción y de culpa inacabable. El momento cristalizó en más de una cabeza y tiene que ver con un padre sin cordura e infantes con el cerebro licuado de terror. No puedo decir más. Son cosas que yo no viví. ¿Puedo utilizarlas para una marranada narrativa? No lo haré y no tiene que ver con las mierdeces de la moral. Tiene que ver con una disciplina: la tasa de lo que es real. No puede ser usado, es una roca inamovible que se ha dado: visible, única e irrepetible, mucho menos para asuntos que tienen que ver con la lectura y la escritura. Al escucharla a través de personas que no tienen nada que ver con esto de la creación, entendí el canon de la propiedad absoluta, la posesión de la experiencia real. Ese día entendí eso de lo real. Nada de lo virtual o del inmenso reino de lo artificial, cosas neutras al fin, lo podrá entender. Es la realidad y es totalmente suficiente, ya lo veo todos los días y es el diapasón que resuena en la cabeza de Isaac.
No hay comentarios:
Publicar un comentario