La señora en el camión, bien vestida, pestañas firmes y tupidas que nada tendrán que ver con sus ocultas vellosidades, buen perfume: equilibrado, no molesta, no pesa pero envuelve y evoca algo sí como conocimiento de su presencia. La señora cuenta a otra que no logro ver, creo, que un sueño: “Estoy viendo de cerca una aguja de tocadiscos como si fuera niña y puedo ver como la aguja corre dentro del surco del disco. No quiero ver eso, me desespera, estoy viendo demasiado de cerca. Las cosas son muy grandes y el raspado me molesta, son crujidos que no son música. Estoy ahí y no puedo irme. Entonces veo a un señor que escucha la canción con gratitud. Siento que él no sabe lo que tiene que suceder para que alguien disfrute de las canciones mientras yo oigo el raspado”. El perfume es lo que yo tengo que soportar: demasiado agradable, no huele a mujer. Sé a lo que huele una mujer y ella no sabe lo que tengo que pasar para que ella se crea lo que es.
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