domingo, 29 de mayo de 2011

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Pues yo soñé que estaba en una casa en donde habitaba mucha gente, conocida y desconocida, aunque había un orden a pesar de los tumultos y el aparente caos de voces. Yo vivía ahí; sin embargo, tenía una sensación de que mi partida estaba próxima. De repente me topo con un bulto humano en el suelo. Es un joven de treinta años que no tiene piernas ni brazos. Por un acto de piedad lo saco a pasear sobre mi espalda a modo de caballito. El joven está maravillado por lo que ve en el exterior. Sus ojos están hechizados por la luz y todo lo que encuentra en la calle. Pero yo estuve en terapia, el lugar donde se interpretan los sueños. Ahora sé algo que no puedo bien asumir aunque creo entenderlo: ese hombre sin extremidades, incapaz de moverse por sí mismo y sorprendido por lo que es el mundo, soy yo. También el que lo carga. Esa cosa humana es mi alma. No ha caminado, no ha trabajado ni se ha enfrentado y, aunque tenga ojos, no había visto nada del mundo todavía.

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