viernes, 28 de enero de 2011

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Si amiga, ya entendí lo del POP, de veras, porque el chucho, ya ves, si no oyes lo que le gusta eres pendejo y ya tengo cómo decirle lo del POP. Mira manta: POP es como una pequeña explosión como de las burbujas de jabón. No, no mames, no te burles culera. Mira, es como, -hazme caso hija de la chingada y pídete otra-, es como cuando algo revienta suavemente POP, POP y revienta apenitas, suavemente: Dura un instante y pop, se muere, es un instante. POP. POP. No tiene raíz, no quiere ser más que un momento, le vale madre durar lo que dure, es como pura puta superficie. Es un momento vale verga, POP, vale madre, POP, bien padre, POP. POP. Hazme caso comadre. POP y muerte, pop y ya. POP y no más. Pop una o POP apenitas, POP. Oh tía escúchame es que ya estoy bien pendeja briaga. POP. Estoy bien POP. ¿A poco no? El POP sí sabe que uno se muere. POP. baila, POP, baila. POP baila. POP y ya. Me voy a chingar al chuch, tía, me lo voy a chingar...

miércoles, 19 de enero de 2011

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Y puede ser la imagen de cualquier día. Un hombre se deja desesperar por su hija que está empecinada en hacerlo rabiar. El hombre deja con cuidado el plato que está lavando, toma a su hija, la gira y le aplica tres duras nalgadas. La niña se asusta del padre que la golpea y obedece la orden: irse a la recámara. Poco después sale y abraza al padre. La madre observa. El hombre ya tiene una roca en el vientre. Culpa y arrepentimiento. Imagina que varios hombres le propinan a él una golpiza como castigo. Al ir a la escuela la niña le toma ambas manos amorosamente. Parece que el padre le dio un alivio y él se ganó un peso amargo el resto del día. Y el rostro asustado de su hija permanece en su memoria. Podría ser lo de cualquier día.

Pero no, no lo es. El hombre se encarga de ello y resuelve: La familia tiene que percutir y ella existe realmente fuera de las imágenes virtuales. Ese centro, el hogar, es donde las mentes se dirimen, se definen las fronteras territoriales, se reeditan fantasmas que luego se legitimarán como frustraciones, promesas no suscritas y contratos vitalicios y hasta castraciones consentidas. Las personas adoptarán pieles ajenas y deseos de insatisfacción permanente que irán más allá de cualquier placer. Incluso se conformará el carácter y las perversiones, los delitos sin castigo, se pergeñarán enfermedades de superficie que terminarán en suicidio asistido.
No, no es cualquier día, acá en este otro hogar, es el día del refrendo en donde hay peculiaridades y singularidades, vértigo y apariciones en el propio cuerpo; el día que hay que recordar como el día donde se depositaron los mojones y se concluyó un tramo más del enredo de su hija con su padre y con su madre que observaba; sin saber la mujer que estaba presenciando un nuevo despliegue de las inteligencias en contextos muy reducidos que se reconocían, por fin, en revelaciones de una creatividad nativa de la justicia.

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Quiere empezar la obra cuando algunos de la familia quitan el árbol de navidad pero no quiere diálogos sino toda una escena en donde las caras son las que describen diversas emociones. Por ejemplo: la mujer de la casa que retira por enésima vez, y con los cuidados de siempre, las esferas, las luces, moños y adornos, de repente pierde la mirada, ve esferas viejas, de las de vidrio y las soba, se le cae una de las modernas que rebotan en el suelo, todos ríen. Los jóvenes con rostro de fastidio y uno de ellos deprimido. Una mujer de unos cuarenta años observa a todos cuidadosamente con la intención de guardarse el momento en el que intuye que su hijo está triste porque se acaba el nicho de confort y calor que se dio en esa pequeña sala, pero le gustaría decirle que mejor recuerde ese día con afecto ya que no se repetirá a pesar de la voluntad de todos de que todo se repita, con el mismo árbol y los mismos adornos de hace diez años. Claro que se le dificulta prolongar la escena pues las actitudes corporales no resisten que no se hable. Tal vez si le pone un monólogo de apoyo como el de la abuela que está ordenando todos los pasos que se tienen que dar para guardar lo de navidad, los envoltorios, los pegotes, los cuidados para las figuras frágiles, las tácticas para que no se enreden las series de luces. De remate la abuela dirá: el año que entra, con los foquitos nuevos llegaremos a mil, mil luces ¿te imaginas?....

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Quiero un crucifijo. Soy ateo y voy a colgarme un crucifijo. Uno de metal. Mi crucifijo que nada tendría que ver con la religión. Y cuando me lo vean les diré que esto espero de los otros y que los otros se esperen esto de mi, pero no ser crucificado sino crucificar. Me gusta la imagen. Creo que esto es el único símbolo porque esto es lo que va a quedar, un pellejo colgante de una tipo desnudo contra el que se ha hecho lo más inmediato: punzarlo, picarlo, clavarlo y usarlo. Eso hay que esperar de los demás y por eso lo voy a traer a modo de advertencia, pero no para los demás sino para que cada vez que tenga alguien enfrente yo recuerde que eso será lo que puedo esperar. Sí, un crucifijo advertencia.

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Pueden ser estas imágenes; traigo varias como me encargaste. Esto: Mientras envuelve en papel aluminio la torta de la niña una lágrima se revienta, se ven manos de mujer cincuentona, de esas que han lavado mucho pero traen uñas muy arregladas ligeramente largas; una señora de sesenta años suerbe la nariz en una cena de mediana formalidad y apenas acerca la servilleta a la fosa nasal y la toca, descubre que hay sangre aguada y no se altera, sigue comiendo con cara de muchos amigos; hay que poner en la escena de la misma cena al tipo de blanco haciendo varias caras, está muy rígido, algo así como si lo sacaran de un ensimismamiento o que estuviera recordando algo molesto e imaginara venganzas o que estuviera aburrido tratando de conservar la formalidad con movimientos del cuello para acomodarse la camisa. Y ésta en la secuencia de la farmacia, hay que darle viveza, un radio que le bajan el volumen, la ropa un tanto usada, se ve impecable, unas plumitas en la bolsa de la camisa, mugrita creíble, más cajas de medicinas, y adornos y pegotes como de los que hay en cualquier farmacia. Yo creo que con esto ¿no?, pus para el programa que es…


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Quítale esto, como que no va, te lo dicto: -“De alguien que pierde el peso del mundo, la cohesión entre los objetos, su pertinencia, el modo de estar en lo que es el presente. Pierde la seguridad en el lenguaje, descubre que la mirada humana se extravió inevitable e irreversiblemente desde hace mucho. Todo empezó, en un desayuno, en una disquisición sobre el paso del cero al uno. No encontró sustancia y la sucesión le pareció incoherente. Argumentó el error, los números no siguen del uno al otro, nada los une, es una convención fantasma. Por eso no terminan porque la sucesión 1, 2 ,3 4, es una idea errónea y en realidad no existe la suma, es sólo un modo de ver y sentir las cosas, nada vuelve a empezar por ejemplo el paso del 9 al 10, al 11; es imposible hacer un circuito falso y creer que cuentas. No, los números no siguen”- … Hasta ahí le borras, a la gente no le va a gustar y la va a hacer bolas, no tiene caso. Ah y también eso de su afición a la televisión y eso de que anda mal con su mujer. No les gustó allá.

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Quiero dibujar mejor pero creo que ya no es cosa de la técnica sino de mí, creo que tengo problemas. Como que quiero abrirme, tener seguridad, creer que tengo una misión o un don de genialidad. Yo he visto que la gente que cree que está llamada a algo, le va mejor con lo que hace, le sale mejor y hasta tienen éxito. Creen que de veras aportarán algo al mundo y que tiene sentido y el mundo les agradecerá que pongan orden a la nada. Ese es mi problema. Creo que si me pongo soberbio, culero, medio ojete y creído me saldrán mejor mis dibujos, les falta carácter, fantasía. Me quedé en mi teoría de que sólo es posible lo que es posible. Y de lo absoluto que manda lo real. O ¿alguien ha hecho algo más que lo posible? Necesito ver más, emputecerme, pelearme con alguien, competir, querer reconocimiento, andar en el equívoco. Creo que así, si me la creo, dibujaré mejor. Eso es lo que me cuesta trabajo, creer que algo tenga sentido y creer que a pesar de que todo desaparecerá, algo quedará de lo que hago. Puta madre, cómo se le hace. Recuerdo a una pendeja, sus caminados de hembra empoderada. Ella sabe algo que no sé, esta convencida, tiene poder. Si viera su soberbia y la cara hechizada por su creencia de que tan sólo su caminado es un trazo irrepetible, un dibujo en lo real que no desaparecerá, como si dominara y supiera de lo abstracto, de las figuras que permanecen en la idea del mundo. O a un cabrón obeso que conozco que tiene la idea que sabe algo después de toda su erudición y que puede llegar a cualquier lugar con la seguridad imperturbable de que hace algo, de que es algo en este mierdero mundo. Yo creo que puedo dibujar mejor.

jueves, 13 de enero de 2011

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Ahorita ando mascando una escena. La verdad ya me emperré con una imagen y quiero ahora conseguir una historia, de celos, en la cual la mujer enferma al marido. La mujer no deseaba eso pero no pudo evitarlo. Así pasa. Entonces después de enterarse el marido sucede lo previsible y tiempo después se perdonan. Las cartas de la mujer para despedirse del marido quedaron bien escondidas y el miedo impidió que la mujer se hiciera con el tipo ese. Una historia de entretenimiento para que se contemple la siempre fecunda sequedad ajena; pero la imagen que quiero conservar es la del tipo que por encontrar orines en un mingitorio se enfurece y opera el desagüe con asco y violencia. Le recuerda la cavidad de su mujer bañada de licor seminal extraño.

miércoles, 12 de enero de 2011

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Pones la cabeza contra el muro. La frialdad y certeza de la piedra alzada te da confianza de que algo macizo se opone a la carga insistente de tu cuerpo; entonces suavizas el contacto, enderezas la vertical del cuerpo para que apenas la cabeza sienta la verdad de esta piedra que recibió el sol todo el día. Es la felicidad, es la constatación de un descanso y una certificación de que hay límites, de que no todo es mental y de que esta fabulosa simplicidad de poner la frente sobre un muro de piedra puede otorgar alivios difíciles de describir. La flojera me dará cuando tenga que explicarle a mi marido qué me pasó cuando me vea la cara.

martes, 11 de enero de 2011

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Quiere empezar la obra en la escena cuando algunos de la familia quitan el árbol de navidad. No quiere diálogos sino toda un desarrollo teatral en donde las caras son las que describen diversas emociones. Por ejemplo: la mujer de la casa que retira por enésima vez, y con los cuidados de siempre, las esferas, las luces, moños y adornos, de repente pierde la mirada, ve esferas viejas, de las de vidrio y las soba, se le cae una de las modernas que rebotan en el suelo, todos ríen. Los jóvenes con rostro de fastidio y uno de ellos deprimido. Una mujer de unos cuarenta años observa a todos cuidadosamente con la intención de guardarse el momento en el que intuye que su hijo está triste porque se acaba el nicho de confort y calor que se dio en esa pequeña sala, pero le gustaría decirle que mejor recuerde ese día con afecto ya que no se repetirá a pesar de la voluntad de todos de que todo se repita, con el mismo árbol, los mismos adornos, las mismas personas de hace diez años. Claro que al tipo este se le dificulta prolongar la escena pues las actitudes corporales no resisten que no se hable. Tal vez si le pone un monólogo de apoyo como el de la abuela que está ordenando todos los pasos que se tienen que dar para guardar lo de navidad, los envoltorios, los pegotes, los cuidados para las figuras frágiles, las tácticas para que no se enreden las series de luces. De remate la abuela dirá: el año que entra, con los foquitos nuevos llegaremos a mil, mil luces ¿te imaginas?....

lunes, 10 de enero de 2011

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Esto no puede ser una trivialidad o un evento circunstanciado. Algo está presente. Lo tengo como una sensación mental tan molesta que parece dolor. Es de una dureza y oscuridad muy resistente al entendimiento. Tal vez así sea y no esté en su cualidad ser sentido con claridad, con fluidez o transparencia, ni siquiera ser objeto de mención o de enunciación. Es una dureza como si pudiera sentir la piedra sobre la cual se asienta todo lo que se pueda presentar ante la mirada, objetos de vivencia como la estufa, el calentador, la televisión, las computadoras, contrastados por un enigma enorme del que sólo se percibe su pesadez, su inmensa pesadez.
Aquí mis hijas y mi mujer están en buena relación con los objetos que están siendo utilizados, no pensados o cuestionados, o como instancias de asombro o perplejidad continuada: tarea escolar, ocho de la noche de un domingo, tiradero de estancia en la casa de los espejos, refrigerador. No como un malestar como el mío, porque esta sensación de la dureza del todo, de su manifestación, de su potencia, de su sentido oculto, de sus misterios, es una agresión puntual, una consistencia intolerable que subyace en esto lo visible, lo viable, lo posible, lo que se tiene que agotar con quehaceres domésticos, con las energías conflictivas de lo habitual.
Espero que eso, la molestia, vuelva a su lugar, a su indiferencia, a su imperceptibilidad. Por favor. Siempre es peor esta dolencia cuando cerramos el domingo con caricaturas.

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Sacaron los juegos de mesa. Los estrategas del dominó, asentaron el largo de sus espaldas. La fiesta de navidad se fue hacia la mesa. Y comenzó la cátedra de emplazamientos, de fintas, conteos, engaños, sesgos y sopas: al fin que había tiempo. Un par de esposos, hermanos y hermanas, cuñados y hasta un primo. Y una suegra ¿Qué quienes fueron los ganones? Las mujeres, aunque los hombres ganaron por puntos. Pobrecitos, la mujer de uno oreando la demanda de cojones del marido; una hermana pespunteando su soledad y su mala suerte con los pendejos de los hombres; otra pareja sacando a relucir el cansancio común surcido con besitos para ser vistos por los demás. Otra mujer saboreando la victoria del regreso a casa del marido que sólo tomó aire para enfermarse indefinidamente. La suegra feliz de que se cenara a la hora fijada y saciada de estar administrando alcohol, afectos y necesidad de dinero para el otro año. Caras y cartas; fichas y ajuste de tuercas a la enorme estructura parental: una fiesta de estrategias de muerte, de deseos cumplidos, de triunfos largamente trabajados y de castraciones permanentes, hijos fieles a la madre: las mujeres perdieron en el dominó y ganaron en la superficie política de la familia. Vagina mató penes. Buena fiesta. Se concluyó con coitos de poder. La mujer triunfó. El discurso de los machos arrasó y la palabra de las mujeres se impuso. Se demostró quien mandaba: el gran desplazamiento de la falocracia al falocentrismo. Cosas de los agujeros invertidos.