miércoles, 16 de febrero de 2011

83

Como un jugador que espera incorporarse a una velocidad de grupo, adopto una postura propicia. Imito a un atleta aunque no sea más que un espectador que simula arrojarse a la avanzada competencia para acercarme más al elemento de mis observaciones, todo para conseguir un detalle de la velocidad que me es ajena.

82

La señora en el camión, bien vestida, pestañas firmes y tupidas que nada tendrán que ver con sus ocultas vellosidades, buen perfume: equilibrado, no molesta, no pesa pero envuelve y evoca algo sí como conocimiento de su presencia. La señora cuenta a otra que no logro ver, creo, que un sueño: “Estoy viendo de cerca una aguja de tocadiscos como si fuera niña y puedo ver como la aguja corre dentro del surco del disco. No quiero ver eso, me desespera, estoy viendo demasiado de cerca. Las cosas son muy grandes y el raspado me molesta, son crujidos que no son música. Estoy ahí y no puedo irme. Entonces veo a un señor que escucha la canción con gratitud. Siento que él no sabe lo que tiene que suceder para que alguien disfrute de las canciones mientras yo oigo el raspado”. El perfume es lo que yo tengo que soportar: demasiado agradable, no huele a mujer. Sé a lo que huele una mujer y ella no sabe lo que tengo que pasar para que ella se crea lo que es.

81

Nadie vive una vida equivocada. Observo con atención y estupor que la gente hace lo que tiene que hacer. Todo en ellos es macizo: cada uno de sus actos, cada uno de sus objetos, cada uno de sus conocimientos. Nadie duda de sí, nadie tiene alguna clase de titubeo importante, salvo los de su anclaje. Se es y ya. Yo ando por entre estas variedades de la verdad con la sensación de que no hago lo que quiero porque no sé que es lo que quiero. De querer, querer, no de querer porque uno tiene que querer, como eso del deseo, el ser reconocido o de andar imaginando muertes, no eso no. Querer, querer. Esa mi molestia es continua, recurrente, aunque con ella como que puedo ver mejor. La duda me permite observar mejor, me pone a testificar. Soy un testigo. Mi incomodidad es saber que tengo testimonios de lo que es verdad, visible y patente, aunque no sé que pueda hacer con los testimonios, será cosa de la especie, no sé, algo debe andar acumulando a mi través. Esa inquietud me inmoviliza, testifico demasiado. Me detengo en una esquina del centro y ahí estoy testificando todos los rostros y vestuarios y formas de defenderse de la desaparición y la irrelevancia. Aunque no se me quita eso de estar viviendo una vida equivocada porque testifico mucho y no sé que hacer con eso. Envidio a los demás que tienen la certeza de hallarse por el camino correcto.