viernes, 17 de septiembre de 2010

sesentaicinco

El conflicto fue en el desayuno. Al oír el ruido de los aviones, salieron varios corriendo hacia la azotea y se encontraron a vecinos en pijamas sucias y despeinados con restos de desayunos emanando de sus bocas, entre tinacos, cacas de perro y antenas de la televisión de paga.

Ahí estaba la vecina con el marido. Apenas recordaba que nos habíamos besuqueado entre los pasillos cuando todos estaban gritando sus vivas a los héroes que nos dieron patria. Pero eso no importaba sino el problema de mi papá que parecía importarle a él. La amenaza estaba ahí y por la cara de mi padre parecía todo resuelto pero no, había recibido un aviso como si nada la cosa, como si andar en esas fuera su hábito. Mi madre estaba tensa, preocupada por lo suyo, no sabía nada de nada y yo la percibía con molestias sexuales, como si su territorio estuviera amenazado y caliente. Finalmente los aviones nos sacaron de nuestros trazos internos y al salir en estampida mi hermana, que estaba en gana de pelea, la abrió por la alharaca de los niños que gritaban en su carrera hacia la azotea. –No mamen, son aviones, no mamen dijo mi hermana acomodándose su sucio tirante del sostén-. Mi padre vio la oportunidad de sacar su ansiedad y la paró en seco. -No, no mames tú, marianita, no mames tú-, la apretura de los labios fue suficiente para que mi hermana pasara de la soberbia al recato. –Si no estás a gusto carga con tu hijo y salte de aquí, no podemos ponernos a tu tono, ya no hija-, concluyó mi padre. Nadie escuchó y yo los oí cuando vi subir a la vecina en sus pantaloncillos aguados que parecía haberse estado rascando una comezón mientras dormía. Me dio asco y ella en sus lentes negros se escondió.

Pero ese no era el conflicto, eran los aviones, sus despliegues ordenados en el cielo, el ruido que se encimaba al día festivo, como otra amenaza que luce sus poderes de máquina sobre nosotros; era la gente señalando hacia arriba con sorpresa por ver a las formaciones militares, a la disciplina viva y ruidosa sobre nuestras casas. Yo la viví así como una ruptura de mi tranquilidad y de mi monotonía familiar. Algo se fracturó en mi cabeza con esos dibujos aéreos, con ese espectáculo geométrico de los militares sobre nosotros los civiles. Y no hacían movimientos de presunción pero todo ello me llevó más allá de la intimidación y conocí un aspecto de un desastre, una suerte de imposición, ahí materializada en el cielo, de una tensión mental que, ahí, se manifestó; una revelación de un algo desagradablemente complejo que me desbordaba. Supe que la suma de imágenes, la conjugación de la ansiedad de la casa con la del cielo militarizado, detonó ese malestar que me formó en la fila de la parentela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario