El hombre obeso e intoxicado respira profundamente, hasta el dolor –según instrucción del manual de respiración profunda-, en un parque de la ciudad burócrata. Satisfecho de su política de segmentación, en altísima estima, rastrero de sí mismo y papada de apocado, no feo. Después de una vueltecita alrededor, tres estiradas y sofoco, escucha caer una gran rama de un viejo eucalipto. Se descubre solo. El acontecimiento parece importante y el resueno de la caída del gran brazo lo pone en un estupor que apenas reconoce. -Nada más eso me faltaba-, piensa, -que yo hiciera un aforismo-.
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