martes, 10 de agosto de 2010

Sesenta y cuatro.

Parece una pureza. Como tal se mueve pero conmigo se jodería, buscaría el contraste para desdecirla de su imagen delicada. Le podría meter la mano al hocico y toquetearle el paladar mientras ella me mira con los ojos llorosos. Toquetearía con suavidad sin causarle náuseas. Después los dientes, recorrer esa dureza a dos dedos y repasar su encía. Pasaría a la cara interna de las mejillas y, sin despegar los dedos, llegaría al fondo de la mandíbula y casi tocaría la parte donde sobreviene la arcada. Retornaría a sus mejillas, atraparía y sopesaría la carne de la lengua y tasaría el peso de esa verga hiperactiva. Pasaría al manjar molusco, la parte que cubre la lengua. La tendría un rato en el toqueteo hasta que la baba escurriera. Me gustaría que me siguiera viendo a los ojos toda dejada mientras se enamora más, mucho más de mí.

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