martes, 17 de agosto de 2010

sesenta y tres

Sesenta y tres.

Lo primero, calmarme. Lo primero. Nada voy a hacer, nada. Tranquilo, tranquilo. Son los años lo que me tienen desesperado. Haría falta un poco de alcohol para tranquilizarme, pero ando en eso de bajarle al alcohol del diario. La última hemorroides era sangre abundante y fue después de varios días de beber tranquilo, poco pero seguido. Mi agujero no aguanta más alcohol y eso que es un agujero. Todos deberían tocarse el agujero más seguido, como que se recobra lo que es la humanidad. Un dedo en la boca, otro dedo en el agujero y ya está la definición: un agujero atravesando la densidad de lo real, un agujero que pasa por diferentes grosores y tensores de tripas. Piensa, sí: eres un agujero en el cosmos, un agujero pensante rodeado de carnes que, en caso de ser hombre mete un tubo agujereado a otro agujero femenino para, en una graciosa voluta y retruécano, mete media vida a otro agujero que lo guarda para volver a expulsarlo por el mismo hueco y ya está ahí: otro agujero parlante y ambulante que continuará tratando de resolver su vaciada vida.

martes, 10 de agosto de 2010

Sesenta y cuatro.

Parece una pureza. Como tal se mueve pero conmigo se jodería, buscaría el contraste para desdecirla de su imagen delicada. Le podría meter la mano al hocico y toquetearle el paladar mientras ella me mira con los ojos llorosos. Toquetearía con suavidad sin causarle náuseas. Después los dientes, recorrer esa dureza a dos dedos y repasar su encía. Pasaría a la cara interna de las mejillas y, sin despegar los dedos, llegaría al fondo de la mandíbula y casi tocaría la parte donde sobreviene la arcada. Retornaría a sus mejillas, atraparía y sopesaría la carne de la lengua y tasaría el peso de esa verga hiperactiva. Pasaría al manjar molusco, la parte que cubre la lengua. La tendría un rato en el toqueteo hasta que la baba escurriera. Me gustaría que me siguiera viendo a los ojos toda dejada mientras se enamora más, mucho más de mí.